martes, 17 de abril de 2012

Columna N° 1 año 3

Ya cayó un General. Pero no basta. El coro vociferante de una plebe ignorante y malintencionada quiere más. Y lo tendrá. El dedo condenatorio del César oirá al circo y sellará nuevas sentencias de muerte. No bastó con la sangre de un lamentable accidente aéreo.

Hace muy pocos días cayó en el sur un avión con varios pasajeros, sin sobrevivientes. Sin contar a los familiares ¿a quién le importó? Nuestra querida prensa no ha demostrado mayor interés por conocer las causas del accidente. Tampoco nuestros políticos. Es que se trataba de un avión civil, no era de la Fuerza Aérea. Las razones sicológicas y políticas de la diferencia, aparte de los conspicuos pasajeros, se la dejo al lector. Yo tengo las mías. Para mí.

Aquí se han cometido errores, se afirma en tono solemne. Miren que novedad. Sepa usted que los aviones se caen sólo y exclusivamente por uno o varios errores. Nunca se caen por “mala suerte”.

Uno no puede menos que pensar en lo bien que andaría el país si aplicáramos el mismo rigor inquisidor a todas las instituciones del estado, exigiendo que “rueden cabezas”, cada vez que hacen una pilatunada. Ahí nadie es responsable de nada, pero la Fach a la picota.

Cristina. Linda gracia la de Repsol YPF. Tocan a rebato. Ceños fruncidos, que eso no se hace, etc, etc. Hipócritas. Este observador está convencido de que, sin contar a unos pocos tiburones, todos están de acuerdo con Cristina, pero no se atreven a decirlo porque les parece políticamente incorrecto.

Los sesudos analistas vaticinan toda clase de calamidades y represalias contra Argentina pero se olvidan de que esta no es la primera vez que hacen esto, ni la última, y no les pasa nada. Tampoco le pasa nada a Chávez ni a Evo cuando hacen estas cosas.

Es que en el fondo de sus corazoncitos están de acuerdo y con no poca envidia. Para bien o para mal.

Y estas cosas van a seguir pasando en todas partes, especialmente en el tercer mundo (¿cuál será el segundo?) porque el abuso de estas grandes empresas ya no da para más. Esta será una epidemia que se esparcirá lenta pero inexorablemente. Aquí nos vamos a demorar un poco más porque somos más caballeritos y aguantadores. No vaya ser cosa que alteremos nuestros equilibrios macroeconómicos y se enoje el FMI.

¿Y los desequilibrios sociales y económicos cuándo? Tranquilos, estamos en eso. Ya tenemos pleno empleo (¿?) y la distribución del ingreso va mejorando. Se estima que en 142 años más estaremos listos. Solo es cuestión de paciencia y perseverancia.

Y si usted no me cree pregúntese que pasó con los dos millones extras de los Honorables, aparte de un tibio chivateo pasajero. O piense que reacciones se han producido ante el anuncio de un subsidio descomunal e inédito al Transantiago. Talvez habría sido preferible arreglar ese asunto con un sincero cristinazo. Pero no, aquí no. Si es estatal es malo. No importa que les sigamos regalando miles de millones a los dueños de los buses para que den un pésimo servicio.    

Por último, una pregunta a quienes hayan  llegado a estas líneas. ¿Han leído alguna vez una columna más políticamente incorrecta y desubicada que esta?

lunes, 28 de noviembre de 2011

Columna N° 35 año 2

Un atento correo de una querida amiga me recordó el compromiso que había adquirido de publicar esta columna con cierta regularidad.

Aunque tal compromiso lo adquirí con mi propia persona y con nadie más, resultó finalmente en un compromiso, involuntario pero real, con mis tres o cuatro fieles lectores. De modo que aquí estoy.

Inicialmente esta columna estaba destinada a comentar, literalmente, cualquier cosa, pero devino en una columna de comentarios sobre la contingencia nacional, particularmente política.

Como deslicé en alguna columna anterior, el acontecer nacional hace cada vez más difícil hacer comentarios positivos y optimistas, naturalmente se me ha hecho muy difícil mantener el “ritmo”.

Esta larga explicación sólo me interesa a mi, así es que ruego disculpar la lata. A mi me sirve.

En fin, la realidad está ahí, y no hay modo de esconderla o soslayarla de tal manera que aunque ya no sea un “divertimento” la comentaremos igual.

Hace un par de días el Señor Ministro de Salud se apersonó en la planta de Ventanas que estaba, y está, contaminando una extensa área en su entorno. Muy especialmente, está enfermando gravemente a los niños de la Escuela de la Greda. Y lo viene haciendo hace bastante tiempo, a vista y paciencia de la autoridad.

La presencia del Ministro en el lugar me hizo abrigar la esperanza de que ahora el asunto  iría en serio. Ingenuidad la mía.

Se limitó el Ministro a decir que tenía en su bolsillo el decreto de cierre de la planta pero que no lo utilizaría, esta vez. Otra oportunidad para los envenenadores de niños (y adultos también). ¡Ya niños, pórtense bien¡ les dijo.

Por su parte el ya proverbial abuso de la paciencia ciudadana que representa el Transantiago ha seguido dando muestras de desprecio por la gente. La autoridad en tanto sigue dando advertencias y “ultimas oportunidades”.

Otra perla publicada estos días se refiere al bajo cumplimiento de los programas de uso de los Fondos Regionales de Desarrollo. Cuesta, y harto, entender como un país con tantos problemas que afectan a la vida diaria de las personas, teniendo los recursos para atenderlos, no tenga la diligencia para actuar más conscientemente.

No puedo evitar la pregunta ¿qué nos está pasando? ¿en qué nos hemos convertido?

Acaso no habíamos quedado en que  ahora sí existiría “sentido de urgencia” en el accionar público.

Ninguna política, de cualquier signo, tendrá buenos resultados si no pone en primer lugar a las personas y sus problemas. Los berrinches de estudiantes que no quieren ni pagar ni estudiar no son el único problema del país. Por lo menos lo niños de La Greda no lo ven así.    

sábado, 22 de octubre de 2011

Columna N° 34 año 2


Bueno, hasta que lo consiguieron. Lo que tenía que pasar, pasó. El Gobierno (iba a poner Supremo Gobierno, pero me pareció como mucho) ha logrado abrirse un nuevo frente de dificultades , como si tuviera pocos.

Ahora no se les pudo ocurrir nada más inteligente que ponerse a pelear con el  Poder Judicial. Es entendible que la gente común responsabilice a los jueces  de que los delincuentes salgan en libertad cuando son llevados por las policías y los fiscales a los tribunales, pero no es excusable que lo haga el Gobierno.

Lo que están haciendo los jueces es aplicar  la ley y lo que está pasando es que lo que permiten las leyes. Si eso no les gusta, cambien las leyes pero no le arrojen  la culpa  a los jueces. ¿O están insinuando que los jueces están a favor de los delincuentes? Al menos eso parece. ¿Cómo quieren entonces que los jueces no se enojen?

Este problema es la consecuencia de los cambios que se han introducido en los últimos años al sistema procesal penal que es tremendamente “garantista” a favor de los delincuentes y desfavorable a las víctimas. Eso lo hicieron los políticos, no lo jueces.

Por otra parte, cuando crearon todo este nuevo sistema del Fiscal Nacional, y un ejército de fiscales y fiscalitos (la mayoría impúberes) destinaron una enorme cantidad de recursos económicos, materiales y humanos diciendo que el sistema antiguo no funcionaba. Les dijeron directamente a los jueces :“ustedes no sirven para esto, vamos a crear un nuevo sistema”. No pensaron, ni les preguntaron si la justicia antigua podría mejorar con los recursos que les dieron al nuevo sistema. Durante años los jueces pidieron más recursos, pero les dijeron: no hay. Talvez con una pequeña parte del inmenso costo del sistema que crearon “para darse un gusto”, la antigua justicia habría mejorado una enormidad. Los jueces siempre dijeron que el problema era de recursos. Pero era más elegante importar este nuevo invento que ha resultado ser un Transantiago de la justicia.

Todo eso no podía menos que crear descontento en los jueces, pero como si todo lo anterior no fuera lo suficientemente ofensivo, ahora les empiezan a decir que no hacen bien su trabajo. Podrían empezar por ver como están haciendo su trabajo  las policías y los fiscales. Deberían darse cuenta de que con el sistema garantista que inventaron los casos tienen que ser muy sólidamente  presentados al tribunal. Pero es más fácil culpar a los jueces.

¿Qué pasaría mañana si los jueces empezaran a decir que el Gobierno o los parlamentarios no hacen su trabajo? Escándalo seguro. ¡Esto es inaceptable! Pero a los jueces si se les puede criticar. No parece ser esta una situación muy equilibrada.

Que los señores políticos hagan su pega alguna vez. Revisen las leyes y vean que cambios deben hacer para que los delincuentes sean sancionados. Que las policías sean más prolijas en la presentación de los casos a los tribunales.  Que los famosos defensores públicos entiendan que están para defender los derechos de los delincuentes, no a los delincuentes. Pero a lo mejor esa es una sutileza muy exigente.

Por último, antes de criticar tanto a los magistrados, ¿por qué no les piden su opinión? Seguramente ellos tienen más claro el problema y podrían hacer valiosas contribuciones al trabajo de estudiar y modificar en lo que sea necesario un Sistema Procesal Penal que está dando claras muestras de falencias.

Hace falta un poco de humildad y seriedad para reconocer los errores, antes de empezar a mirar para el lado buscando echarle a otro la culpa de nuestras faltas.

martes, 18 de octubre de 2011

Columna N° 33 año 2

Un alto porcentaje de lectores de esta columna (una hermana y mi hija) me han hecho ver insistentemente (una vez  cada una) su extrañeza por la larga ausencia de este observador de su Columna de opinión.

Como están las cosas hoy en nuestra amada patria, he creído conveniente hacer caso de estas peticiones para no arriesgar que pasen a la “vía de los hechos”, procedimiento que ha demostrado su alta eficacia en nuestros días.

En todo caso, y a manera de explicación (que a nadie interesa) les cuento que la ausencia de este escribidor se debió a un breve viaje a Melmak en busca de la paz y tranquilidad que da el hacer caso omiso de las noticias del acontecer nacional. Lamentablemente, a mi regreso, forzado por cierto, me he encontrado con el lamentable espectáculo en que todo sigue exactamente donde lo dejé.

Tal observación sin embargo no me provocó gran congoja por razones que desconozco, pero que sospecho.

Durante mi viaje a Melmak, como parte del servicio de abordo, pude disfrutar excelentes programas científicos y periodísticos referidos a otras latitudes (y longitudes también) que me han permitido ver, ahora, nuestra realidad nacional desde una perspectiva distinta y el resultado me ha parecido muy tranquilizador.

Por una parte, los programas científicos que disfruté en el cable me hicieron poner en perspectiva la realidad, ridículamente insignificante, de nuestra querida tierra en la inmensidad del espacio. A los lectores que no sufran de vértigo le recomiendo esa fascinante aventura.

Solo a manera de invitación les recuerdo que nuestro sol, y su sistema planetario, es sólo una, de las más pequeñas, estrellas de los varios millones que forman nuestra Vía Láctea, y que ésta es sólo una de varios millones de galaxias.

Por su parte, el tomar conocimiento más detallado de lo que pasa en el mundo, y especialmente en nuestro “barrio”, permite comparar nuestra realidad provinciana con el verdadero desastre que se vive en el mundo.

La crisis financiera es de tal magnitud que nuestros problemas domésticos son menos de lo que es la tierra en el universo.

El derrumbe en cadena, como piezas de dominó, de gobiernos del medio oriente, el descontento social de “indignados” y otros grupos, el desmoronamiento del imperio yanqui, la caída de la unión europea, el surgimiento de nuevas dictadura en América del Sur  y un largo etcétera, hacen ver que nuestro chilito, con Camilas, Giorgios y demáses, se paree a la legendaria Jauja.

De manera, mis queridos lectores, que al menos en esta columna no me voy a referir a nuestros insignificantes problemas y me voy a limitar a invitarlos, cordial y sinceramente a mirar nuestra realidad, nuestros problemas, bajo una perspectiva más amplia.

Estoy seguro de que así llegarán a las mismas conclusiones que este observador social y pondremos todos nuestro mejor empeño en cuidar lo que tenemos y dedicarnos a construir en lugar de destruir.

Como diría el niño del comercial: ¡Pero si somos hermanos!

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Columna N° 32 año 2

Algo huele mal en Chimbarongo.

Todas las señales de lo que está pasando en nuestra economía están apuntando a que “algo no anda bien”. La educación, las isapres, la banca, el retail, telefonía, agua, electricidad, combustibles, etc., etc. están mostrando claros signos de que vamos mal.

Para quienes hemos creído, y seguimos creyendo, que la economía de libre mercado es la que mejor conduce al desarrollo, este problema nos pone frente a un desafío que no podemos eludir. Alguien dijo una vez que si la teoría no explica bien lo que pasa en la realidad, es la realidad la que está mala. Y eso es lo que ocurre en nuestra tierra querida, la realidad está mala.

Entonces, ¿Qué hacemos?, O cambiamos la teoría o cambiamos la realidad. Como yo sigo creyendo que la teoría está bien formulada, creo que no nos queda más remedio que intentar cambiar la realidad.

Deberíamos abocarnos entonces a averiguar cuales son las cosas de la realidad que no funcionan como debiera, de acuerdo a nuestra teoría, y qué y cómo debemos cambiarlas.

Para que me entiendan, les cuento que la teoría que estamos aplicando funciona bien en una realidad en que se cumplen algunas cosas básicas, como las siguientes, al menos:

Existe un número de compradores y vendedores de bienes y servicios tan grande que ninguna persona o grupo puede influir en el precio.

Las empresas ofrecen bienes y servicios idénticos,  homogéneos, estandarizados y divisibles en cualquier medida.

La información es perfecta sobre todos los bienes y servicios en el mercado, sus características  y sus precios, no es necesaria la publicidad. Todos saben todo.

Existe completa libertad para que cualquier persona o empresa inicie o termine la producción de cualquier bien o servicio. Libre entrada y salida.

Esa sería una economía de competencia perfecta en donde no sería necesaria la intervención ni la regulación del estado para su funcionamiento adecuado.

Pero tal competencia perfecta no existe de modo que es indispensable la regulación de ciertos mercados por parte del estado. Ahora, que esa regulación sea buena o mala, ese es otro problema.

No existe la competencia perfecta, así como tampoco existe un estado perfecto, de modo que más nos valdría empezar a discutir en serio un modelo de economía con predominio del mercado pero con la adecuada regulación del estado en las áreas más imperfectas.

Es un trabajo serio, para gente razonable y pragmática, no es para fanáticos de concepciones extremas. Ojalá nuestros dirigentes políticos pudieran despojarse de sus fantasías ideológicas y emprender este trabajo con los ojos puestos en el bienestar de todos los chilenos.

Ya pudimos probar la supremacía del estado sobre el mercado y la supremacía del mercado sobre el estado. Ha llegado la hora de probar “la justa medida”. Encontrarla es la tarea de hoy. Y no hay mucho tiempo.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Columna N° 31 año 2

Malos días hemos pasado últimamente. El país llora su pena por la pérdida de 21 chilenos que viajaban en misión de buenos samaritanos. El Señor los acoja en su Reino.

También nos deja Don Gabriel Valdés, gran señor, reconocido como tal por tirios y troyanos, con una larga trayectoria de servicio al país.

Tan fuertes han sido las emociones expresadas por la más variada clase de personas a propósito de estas pérdidas que cuesta pensar que alguno de los difuntos haya tenido, alguna vez, un enemigo o adversario.

Sin pretender, ni por asomo, desmerecer a estas pérdidas, este observador recuerda el viejo refrán que reza: no hay muerto malo. Y saco a colación este adagio, no con ánimo burlesco, sino con el propósito de llamarnos a una reflexión sobre la forma en que nos tratamos, la forma en que nos relacionamos con los demás, especialmente con los más próximos.

Tal vez sería bueno que nos empezáramos a tratar como si estuviéramos muertos.

Pero tampoco podemos exagerar en nuestras expresiones de elogio. Todos lo mortales somos imperfectos y pecadores.

Con este entusiasmo se puede llegar a excesos como los del Ministro del Interior cuando señala a don Gabriel como “uno de los padres fundadores de la política contemporánea”. A la luz de nuestra política no queda claro si lo quiso elogiar.

También llama la atención ver cómo se aprovecha esta pérdida para insistir, una vez más, en la “gesta gloriosa de aquellos que lucharon por la vuelta a la democracia, combatiendo a la dictadura”. No está de más recordar que tal “gesta” no adelantó, ni en sólo minuto, el cumplimiento del cronograma establecido por el Gobierno Militar en la Constitución.

Llama también la atención las expresiones de varios personeros de derecha (¿?) señalando que Chile se perdió un gran Presidente, induciéndonos a pensar que habrían votado por él. 

Tampoco faltaron las declaraciones de Don Patricio, señalando la pérdida de un gran amigo, pensando, seguramente, en que nadie recordará la forma en que lo sacó de la carrera presidencial.

Pero no nos pongamos odiosos, no es momento para eso. (Pero da un poco de rabia tanta frescura y tanto tropicalísimo). Mejor seamos más positivos y tratemos de sacar enseñanzas de estos tristes momentos.

Si la clase política tiene en tan alta estima la persona de Don Gabriel, el mejor homenaje que le puede rendir, es haciendo realidad su deseo de una Gran Amnistía, sin excepciones.

Sería esta una buena forma de honrar su memoria y aprovechar el breve instante de unidad para hacer justicia a los únicos prisioneros políticos que aún quedan en Chile. Ellos sí contribuyeron a recuperar la democracia que otros, hoy libres, quisieron destruir.

Fue ese el deseo de quien sufrió los rigores de la época pero que llamó a olvidar y perdonar.   

viernes, 26 de agosto de 2011

Columna N° 30 año 2

Como ya he mencionado en columnas anteriores, cada vez se me hace más difícil hacer algún comentario positivo sobre nuestro acontecer parroquiano. Sin embargo, el señor Martínez, jefe de facto de la CUT, porque no puede ser su Presidente, me ha regalado hoy un motivo. Su fracasado Para Nacional. No tuvo la acogida que él esperaba.

Este fracaso se debe, a mi modesto entender, a dos razone fundamentales. La primera, su escaso poder de convocatoria sobre una ciudadanía que está dando claras muestras de que, estando descontenta, no quiere seguir el camino de la subversión, seguramente debido a que, en su sabiduría natural, sabe hasta donde puede llegar este proceder. La segunda razón para tan sonado fracaso está en que se sumaron al llamado a la insurrección los partidos de la Concertación, haciendo, sin quererlo, un gran favor al gobierno. La ciudadanía no está dispuesta a hacer nada que pueda interpretarse como apoyo a la Concertación. No quieren ni al gobierno ni a la oposición, quieren soluciones, pero anhelan el orden y la paz. Trataron de “colgarse” del movimiento estudiantil pero no lograron engañar al país. Es sintomática también la actitud de los manifestantes pacíficos con su abierto y enérgico rechazo a los encapuchados terroristas  y su apoyo a carabineros.

Por su parte, el movimiento de los estudiantes parece estar entrando en sus últimas etapas, previas a su extinción, y más les valdría “amarrar” la mayor cantidad de logros posibles antes de perderlo todo.

Si actúan diligentemente, Camila y su jefe podrán descansar tranquilos, con la seguridad de haber conseguido grandes logros para los estudiantes. Hoy, el Señor Presidente los ha invitado a conversar a Palacio y sería de la mayor conveniencia para ellos, y para todo el mundo en verdad, que concurrieran ordenaditos a formalizar los acuerdos que ya ha ofrecido el gobierno. Se entiende que habrá un forcejeo en el que lograrán un poco más de lo ya alcanzado, que ya es bastante.

Lamentablemente, justo en este momento que pareciera anunciar que se restablecerá la paz y el orden, aparecen algunos iluminados con declaraciones que ayudan harto poco a este clima.

A un Señor Intendente, al parecer muy estudioso, no se lo podía ocurrir nada mejor que decir que los encapuchados terroristas que provocan los desmanes y saqueos son hijos nacidos fuera del matrimonio. Pero no sólo dice eso, también nos cuenta que más del sesenta por ciento de los nacimientos en Chile tienen esa característica. No explicó, por cierto, la razón de que en estos jóvenes, varios millones, sólo un pocos cientos hayan salido terroristas que odian el mundo porque no tuvieron familia.

Como si tal desatino fuera poco, el Señor Ministro de Salud ha tenido a bien mandarse el despanzurro de que los jóvenes que estaban en huelga de hambre, cuyo término celebró todo el país, eran un fraude y que estaban comiendo a escondidas. Este observador social cree que es muy posible que eso sea cierto, pero también cree que es un gran desatino tratar de desprestigiar de ese modo a los muchachos. No le ayuda mucho a su jefe que está haciendo lo que debe y lo que no debe para arreglar el actual estado de cosas.

Desgraciadamente, hay cosas que no venden en la farmacia.