domingo, 10 de julio de 2011

Columna N° 23 año 2

Es francamente sorprendente la forma en que la clase política ha logrado convencerse a sí misma primero y a la opinión pública después, de que el país esta sumido en una profunda crisis política.

Afectados por el virus de la “encuestitis” han entrado en pánico y comienzan a actuar progresivamente en forma cada vez más histérica. Así, se escucha voces apocalípticas que anuncian el advenimiento de una larga noche negra plagada de monstruos y fantasmas.

Este observador social, si pudiera, los invitaría a ser un poco más serenos, guardar la compostura, y tratar de analizar más fría y seriamente lo que realmente está ocurriendo.

Con seguridad descubrirían que el asunto no es “para tanto”, y que, si bien hay algunos problemas, uno más serios que otros, estamos muy lejos de encontrarnos en un “grave crisis”.

El país esta funcionando bien, las instituciones no se han caído, la economía avanza, la gente trabaja diariamente en paz y en orden y no hay grande sobresaltos.

¿Qué es lo que está pasando entonces para tanta alarma?

La “encuestitis” les impide ver la realidad en movimiento y se quedan paralizados frente a una mala imagen que les muestra la fotografía (encuesta) del momento. Les hace olvidar que son ellos, moros y cristianos, los conductores del acontecer político y no los conducidos por el vaivén de los estados de ánimo colectivos.

Aterrorizados por la última encuesta, que por muy científica y mágica que sea no deja de ser, objetivamente, la opinión de 1014 personas, tampoco miran los detalles del estudio de opinión.

Verían cosas tan raras como que el gobierno y Presidente tienen una aprobación del 31% pero los principales ministros, que son lo que “hacen el gobierno” tienen todos una aprobación que supera el 50%. Sólo son inferiores al 50% los de educación (46) y de transportes (38) por razones reales y verdaderas, huelgas estudiantiles y transantiago.

Vistas así las cosas, está claro que no son tan terribles. La opinión sobre los que gobiernan, los ministros, es aceptable, pero la opinión sobre el Presidente es mala. ¿Por qué?

Este observador estima que la respuesta se encuentra, por una parte, en una campaña feroz, sostenida y exitosa por destruir su imagen por parte de la ex Concertación, con ayuda creciente de los partidos de la Alianza; y por otra en que se trata de un empresario, exitoso, muy rico y sobreexpuesto. Y eso no lo perdonamos tan fácil.

Sería de esperar, la esperanza no hay que perderla nunca, que la clase dirigente dejara de actuar tan histérica e irreflexivamente y que usaran sus propios “termómetros” para tomar la fiebre del país. Que no se dejen de manejar por la “encuestitis”, enfermedad que ha llegado al extremo de transformar a las encuestas en “formadoras de opinión” en lugar de ser simples ayudas, secundarias, para la toma de decisiones políticas de quienes deben conducir y no ser conducidos.