miércoles, 7 de septiembre de 2011

Columna N° 31 año 2

Malos días hemos pasado últimamente. El país llora su pena por la pérdida de 21 chilenos que viajaban en misión de buenos samaritanos. El Señor los acoja en su Reino.

También nos deja Don Gabriel Valdés, gran señor, reconocido como tal por tirios y troyanos, con una larga trayectoria de servicio al país.

Tan fuertes han sido las emociones expresadas por la más variada clase de personas a propósito de estas pérdidas que cuesta pensar que alguno de los difuntos haya tenido, alguna vez, un enemigo o adversario.

Sin pretender, ni por asomo, desmerecer a estas pérdidas, este observador recuerda el viejo refrán que reza: no hay muerto malo. Y saco a colación este adagio, no con ánimo burlesco, sino con el propósito de llamarnos a una reflexión sobre la forma en que nos tratamos, la forma en que nos relacionamos con los demás, especialmente con los más próximos.

Tal vez sería bueno que nos empezáramos a tratar como si estuviéramos muertos.

Pero tampoco podemos exagerar en nuestras expresiones de elogio. Todos lo mortales somos imperfectos y pecadores.

Con este entusiasmo se puede llegar a excesos como los del Ministro del Interior cuando señala a don Gabriel como “uno de los padres fundadores de la política contemporánea”. A la luz de nuestra política no queda claro si lo quiso elogiar.

También llama la atención ver cómo se aprovecha esta pérdida para insistir, una vez más, en la “gesta gloriosa de aquellos que lucharon por la vuelta a la democracia, combatiendo a la dictadura”. No está de más recordar que tal “gesta” no adelantó, ni en sólo minuto, el cumplimiento del cronograma establecido por el Gobierno Militar en la Constitución.

Llama también la atención las expresiones de varios personeros de derecha (¿?) señalando que Chile se perdió un gran Presidente, induciéndonos a pensar que habrían votado por él. 

Tampoco faltaron las declaraciones de Don Patricio, señalando la pérdida de un gran amigo, pensando, seguramente, en que nadie recordará la forma en que lo sacó de la carrera presidencial.

Pero no nos pongamos odiosos, no es momento para eso. (Pero da un poco de rabia tanta frescura y tanto tropicalísimo). Mejor seamos más positivos y tratemos de sacar enseñanzas de estos tristes momentos.

Si la clase política tiene en tan alta estima la persona de Don Gabriel, el mejor homenaje que le puede rendir, es haciendo realidad su deseo de una Gran Amnistía, sin excepciones.

Sería esta una buena forma de honrar su memoria y aprovechar el breve instante de unidad para hacer justicia a los únicos prisioneros políticos que aún quedan en Chile. Ellos sí contribuyeron a recuperar la democracia que otros, hoy libres, quisieron destruir.

Fue ese el deseo de quien sufrió los rigores de la época pero que llamó a olvidar y perdonar.