lunes, 28 de noviembre de 2011

Columna N° 35 año 2

Un atento correo de una querida amiga me recordó el compromiso que había adquirido de publicar esta columna con cierta regularidad.

Aunque tal compromiso lo adquirí con mi propia persona y con nadie más, resultó finalmente en un compromiso, involuntario pero real, con mis tres o cuatro fieles lectores. De modo que aquí estoy.

Inicialmente esta columna estaba destinada a comentar, literalmente, cualquier cosa, pero devino en una columna de comentarios sobre la contingencia nacional, particularmente política.

Como deslicé en alguna columna anterior, el acontecer nacional hace cada vez más difícil hacer comentarios positivos y optimistas, naturalmente se me ha hecho muy difícil mantener el “ritmo”.

Esta larga explicación sólo me interesa a mi, así es que ruego disculpar la lata. A mi me sirve.

En fin, la realidad está ahí, y no hay modo de esconderla o soslayarla de tal manera que aunque ya no sea un “divertimento” la comentaremos igual.

Hace un par de días el Señor Ministro de Salud se apersonó en la planta de Ventanas que estaba, y está, contaminando una extensa área en su entorno. Muy especialmente, está enfermando gravemente a los niños de la Escuela de la Greda. Y lo viene haciendo hace bastante tiempo, a vista y paciencia de la autoridad.

La presencia del Ministro en el lugar me hizo abrigar la esperanza de que ahora el asunto  iría en serio. Ingenuidad la mía.

Se limitó el Ministro a decir que tenía en su bolsillo el decreto de cierre de la planta pero que no lo utilizaría, esta vez. Otra oportunidad para los envenenadores de niños (y adultos también). ¡Ya niños, pórtense bien¡ les dijo.

Por su parte el ya proverbial abuso de la paciencia ciudadana que representa el Transantiago ha seguido dando muestras de desprecio por la gente. La autoridad en tanto sigue dando advertencias y “ultimas oportunidades”.

Otra perla publicada estos días se refiere al bajo cumplimiento de los programas de uso de los Fondos Regionales de Desarrollo. Cuesta, y harto, entender como un país con tantos problemas que afectan a la vida diaria de las personas, teniendo los recursos para atenderlos, no tenga la diligencia para actuar más conscientemente.

No puedo evitar la pregunta ¿qué nos está pasando? ¿en qué nos hemos convertido?

Acaso no habíamos quedado en que  ahora sí existiría “sentido de urgencia” en el accionar público.

Ninguna política, de cualquier signo, tendrá buenos resultados si no pone en primer lugar a las personas y sus problemas. Los berrinches de estudiantes que no quieren ni pagar ni estudiar no son el único problema del país. Por lo menos lo niños de La Greda no lo ven así.    

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